BRYCE CANYON, UTAH, EE.UU.
La primera vez que uno se asoma al anfiteatro del cañón de Bryce Canyon, Utah, EE.UU se convence de que se encuentra ante un prodigio de la arquitectura natural.
Fotos: TRAVEL ROAD PARTNERS
Nada parece allí dispuesto fruto del azar, sino que es parte de un diseño creado por una mente caprichosa y juguetona en el despliegue de todo su arsenal de habilidades, para que con la combinación de unos pocos y sencillos ingredientes y aplicando una receta vedada a todos menos a ella, culminara una obra inclasificable para el asombrado espectador.
Debido a su ubicación en el estado de Utah, caracterizado por la variedad de formaciones rocosas de piedra arenisca y caliza más peculiar del sudeste de Estados Unidos, dentro de los dominios de lo que se conoce como la meseta del Colorado («Colorado Plateau»), una superficie de aproximadamente 130.000 millas cuadradas que experimentó una transformación radical como consecuencia de los procesos geológicos acaecidos 20 millones de años atrás, en los que la masiva actividad tectónica elevó en el entorno de las dos millas una enorme franja de corteza terrestre, creemos ingenuamente que ya nada podrá llegar a sorprendernos.
Así es que cuando nos acercamos al mirador con el sugerente nombre de “Inspiration Point” o “Punto de Inspiración”, esa primera panorámica del anfiteatro nos provoca una sensación de incredulidad.
Si ya de por sí la forma semicircular de los clásicos anfiteatros helenos y romanos me había producido siempre una suerte de irresistible atracción, al amanecer de aquel día del año 2014 toda la panoplia de colores rojizos, naranjas y ocres ejercieron una influencia hechizante que quedaría para siempre grabada en mi memoria.
¿Qué eran todas esas formaciones que recordaban a los pináculos de las catedrales góticas? ¿Acaso se trataba de los espectadores fosilizados, congelados en el tiempo, que abarrotaban el anfiteatro para rendirle homenaje al astro rey en el inicio de un nuevo día?
Los geólogos nos explican que esos curiosos elementos se denominan “hoodoos” y que se forman a partir de la erosión de las paredes del cañón. En una primera fase se formarían unos muros estrechos orientados, bien perpendicularmente como si se tratara de contrafuertes o paralelamente a los acantilados que interrumpen abruptamente la meseta bautizada con el nombre de “Paunsaugunt Plateau”.
En una etapa posterior, por efecto de la acción del agua, el viento y especialmente de la nieve y el hielo, se producirían unas fisuras verticales en esos muros que progresarían inicialmente a grietas más o menos anchas para acabar siendo unos huecos de dimensiones apreciables a modo de ventanas, en los sucesivos ciclos de hielo y deshielo que irían fracturando gradualmente las rocas.
Según fueran creciendo esos huecos provocarían el colapso de la parte superior (lo que vendría a ser en esta comparación el dintel de las ventanas), dejando unas columnas aisladas a expensas de la acción ulterior de uno de esos incansables escultores al servicio de la naturaleza. En concreto de la lluvia, que disolvería y esculpiría estos pilares calizos hasta conformar las agujas bulbosas llamadas “hoodoos”.
¿Y todo este proceso quieren hacerme creer los geólogos que es el producto de la intervención azarosa de los agentes antes descritos?
Los griegos a buen seguro que habrían encontrado la explicación a esta maravilla natural en la mediación de Bóreas (el viento del norte y dios del invierno) y su hija Quione, la diosa de la nieve, dando rienda suelta a sus capacidades artísticas en su particular sala de juegos.
Después de permanecer un buen rato en el mirador “inspiration” o de la inspiración deleitándome con la vista del anfiteatro, hice un recorrido a pie por el sendero de borde o “rim trail”, tratando de fotografiar alguna de las ardillas que llegaba a ver fugazmente o cuya presencia intuía.
Es un animalito con el que se debe ser especialmente paciente porque la rapidez de movimientos no facilita para nada la labor.
En un determinado momento percibí que en la parte superior de un abeto algo se movía despreocupadamente, pensando quizá que la altura supondría un obstáculo insalvable para cualquier potencial amenaza digna de llamarse así. Pensaba por ejemplo en la serpiente de cascabel que frecuenta estos lares.
Como no era cuestión de creer que tendría la suerte de fotografiar al león de montaña, una especie de puma que habita la meseta de Colorado, y dado que me gusta siempre captar algo de fauna de los parques que visito, decidí centrarme en lo que ahora se me presentaba.
Con la ayuda del objetivo de la cámara, apuntando hacia donde creía haber visto movimiento en las ramas del abeto, pude desvelar el misterio. Allí estaba encima de una piña, aunque por la posición de su cola deduje que por poco tiempo. La veía, pero no con la nitidez deseada, lo cual es frecuente cuando distintos elementos de la vegetación circundante se interponen atrayendo a la lente de la cámara con el resultado de un enfoque deficiente.
Dudé por un instante si accionar el disparador arriesgándome a asustarla y perder con ello la oportunidad de hacer una fotografía óptima; o seguir porfiando en el enfoque adecuado, a riesgo de que la amiguita saltara impulsándose con la ayuda de esa cola que delataba sus intenciones más inmediatas, y quedarme sin fotografía, ni buena, ni regular, ni mala…
En esos pocos segundos que se hacen eternos, como si del piloto de un caza que tratase de fijar en su pantalla un avión enemigo antes de proceder con el disparo del misil que lo derribe, moví ligeramente la cámara y accioné el «zoom» hasta conseguir la imagen que consideraba reflejaría la belleza del momento.
Satisfecho con el resultado de la fotografía y ya más tranquilo porque no se me hubiera escapado, proseguí el camino que marcaba el sendero de borde hasta detenerme junto a otro árbol en el que nuevamente percibí actividad en las alturas.
Afortunadamente el pájaro que pocos segundos después conseguí captar con la cámara se encontraba bien atareado con una piña y muy posiblemente no reparó en mi presencia. Se trataba de la especie llamada “clark’s nutcracker” o “ave cascanueces”, provisto de la herramienta perfecta para no perdonar ni un solo piñón de la piña que manipulaba con quirúrgica maestría.
Consultando el folleto que te entregan a la entrada del parque y del que me serví para nombrar al “comedor piñonero”, pensé que podría rematar la serie fotográfica de fauna de esa mañana, descartando al león de montaña por improbable y a la serpiente de cascabel por pura prudencia, fotografiando a un curioso pájaro de plumaje azul oscuro dotado de una especie de mechón a modo de cresta tan poco glamurosa que le confería un aspecto algo desaliñado.
El ave en cuestión llamada “steller’s jay” (jay significa ave con cresta) se me apareció algunos metros más adelante mientras, asomado al borde del camino, me deleitaba con las vistas del singular cañón.
Después de la caminata matinal, decidí recorrer en coche la carretera que, en dirección norte-sur, te conduce hasta los distintos miradores del parque.
Así, desde el mirador Ponderosa creí ver esculpida en la roca el rostro de una persona que cubriese su cabeza con esos gorros de montaña que protegen el cuello y las orejas de los rigores alpinos.
Desde el mirador del puente natural divisé la formación de una suerte de puente arco medieval, aunque éste muy probablemente se remontase a una época anterior. Observando en detalle un pequeño arbolito que crecía bajo el arco natural, reflexioné acerca de cómo la vida se abre paso siempre, en las circunstancias aparentemente más desfavorables o menos propicias.
El mirador de “Agua canyon” mostraba un claro ejemplo de esos muros estrechos que estarían en el origen de los “hoodoos” siguiendo el proceso antes descrito. Que conste que me seduciría mucho más una explicación al estilo de la de Bóreas…
También se observaba desde allí una especie de columna con un capitel que recordaba la representación del rostro de alguna civilización antigua.
El mirador del amanecer o “sunrise point” permitía contemplar los muros o aletas a modo de contrafuertes (aquellos que se disponían perpendiculares a los bordes del cañón), estructuras embrionarias de futuros “hoodoos”, así como ejemplos de “ventanas” de diversos tamaños.
Un grupo de personas montadas a caballo recorrían uno de los senderos que se adentraba entre las diversas formaciones hasta el anfiteatro.
¿No se perdería parte del encanto observando el Bryce en la distancia corta?¿Llegaríamos a experimentar la misma sensación de irrealidad o los delicados matices de formas y colores quedarían difuminados en ausencia de la necesaria lejanía que nos brinda la perspectiva?
Presentí que la mejor manera de acercarme a los fantasmales espectadores que poblaban las gradas del anfiteatro sería con el objetivo de la cámara, no incursionando en un terreno en el que nada podría aportar, si acaso perturbar, manteniendo una distancia de respeto y admiración ante una obra milenaria, de otro tiempo, aunque paradójicamente también actual por inacabada y en permanente evolución por unas fuerzas incansables en su labor creativa…