LA GRULLA CORONADA
UGANDA
Fotos: TRAVEL ROAD PARTNERS
La grulla coronada cuelligris se caracteriza por poseer una cresta o corona dorada, aunque a mí me recordara más a la “armadura” de un puercoespín que estuviera con sus largas espinas desplegadas en señal de defensa.
En cualquier caso, sea más o menos acertada la identificación con una corona o más o menos absurda la asociación con el puercoespín, la belleza de esta especie que es el ave nacional de Uganda y se representa tanto en la bandera como en el escudo de armas del país, resulta a todas luces incuestionable.
Sin embargo, no fue hasta que la fotografié en una cuarta ocasión que sentí que captaba la verdadera esencia de la que es considerada un símbolo de riqueza y prosperidad en el propio país africano.
En la cercanía a la entrada de la reserva de rinocerontes de Ziwa, fotografié un primer ejemplar de grulla coronada en el lugar menos fotogénico que hubiera podido imaginar.
Y es que junto a un pequeño y destartalado campamento consistente en poco más que dos precarias construcciones al servicio del personal que trabajaba a las órdenes de los guardas de la reserva, una grulla se movía confiada entre el desorden reinante (ajena a las aficiones lectoras del mono ilustrado), en lo que intuí se trataba de una vuelta de reconocimiento en busca de algo que llevarse a la boca.
A muy pocos metros de distancia de donde me encontraba su testa dorada parecía iluminarse bajo el efecto de los rayos del sol, pero los restos de basura inorgánica y por ende no comestible, sumado a varios troncos dispuestos de cualquier manera y a los restos de materiales de construcción que se colaban en todos los encuadres que intentaba, deslucían sobremanera la figura de la grulla que se paseaba grácil y delicadamente en un ambiente de evidente aspereza y tosquedad.
Tuvo que transcurrir algo más de una semana para volver a fotografiarla, en tres oportunidades y en situaciones muy distintas, en la ribera del lago Bunyonyi en dos de ellas y sobrevolándolo en la tercera y última.
En la primera, quien manejaba la pequeña barca a motor nos condujo directamente hacia donde se encontraba una grulla incubando sus huevos y de inmediato me sentí como un intruso invadiendo un espacio que no nos pertenecía y en el que a buen seguro no éramos bienvenidos.
Viéndola allí, inmóvil y vulnerable, temerosa de lo que pudiéramos hacer e incapaz de calibrar en ese momento el tipo de amenaza que suponíamos, me dejó un cierto sinsabor a pesar de que extremamos los cuidados para provocar la menor perturbación posible.
Un sinsabor parecido me embargó y no sabría explicar por qué, cuando fotografié otro ejemplar de grulla coronada que con su postura enhiesta me infundió una suerte de severidad algo forzada, como si con ello quisiera reprender nuestra conducta anterior de fastidiosa curiosidad para la futura mamá.
Todo lo contrario de lo que me transmitió al fotografiarla con su puercoespín “agazapado” mientras surcaba con una elegancia incomparable los cielos que a esa hora de la mañana se reflejaban en los tonos verde azulados de las aguas del lago Bunyonyi…