CRÓNICA DE UN DÍA EN…
ISFAHAN
IRÁN
Fotos: TRAVEL ROAD PARTNERS
Llegó el día del madrugón imposible. En Isfahan se encuentra una de las joyas del viaje a Irán y a la sazón la segunda plaza más grande del mundo detrás de la plaza de Tiananmen en Pekín, la Naqsh-e Jahan que los iraníes han bautizado como la “mitad del mundo”.
La noche anterior comprobé la hora de la salida del sol y me levanté con la idea de alcanzar la plaza con las primeras luces del día, esto es, a las 5.15 Am para estar saliendo a la calle a las 5.25 Am (nuestra guía local Bita me había indicado cómo llegar a Naqsh-e Jahan, un paseo desde el hotel de algo menos de 20 minutos caminando a buen ritmo).
Salí a las calles de Isfahan que en esos momentos se estaba desperezando sin ducharme, ataviado con la camiseta del pijama utilizado esa noche y sin atreverme a no cambiarme el pantalón de este, más por respeto hacia los monumentos que me esperaban en la monumental plaza que por falta de ganas y vergüenza sobre lo que pudieran decirme los que me vieran vestido de esa guisa.
En el recorrido hacia la plaza, tan sencillo como Bita me había anticipado, me encontré con muy poca gente y tráfico.
Me pareció ver una especie de furgoneta con obreros de la construcción en su interior, pero tampoco podría asegurarlo sumido en un estado que oscilaba entre la somnolencia y la concentración por no desviarme de las indicaciones proporcionadas por la guía.
Al llegar a la plaza uno descubre sobrecogido que ha llegado a un lugar majestuoso.
Es un rectángulo de 510 m. x 163 m., por el que las pocas personas que fueron llegando según el día iba clareando paseaban a su alrededor o realizaban su rutina de ejercicios matinal, ya fuera trotando o corriendo.
Si exceptuamos los escasísimos locales de Isfahan, algún turista zumbado como yo (no podía faltar un asiático al que le pedí que me hiciera una fotografía con la que me cortó medio cuerpo) y los trabajadores (jardineros y barrenderos en un número inferior del que uno hubiera pensado a priori) que adecentaban la inmensa explanada, la plaza se encontraba completamente vacía.
En el extremo Sur de la plaza, la quietud de la mañana en el despertar del amanecer frente a la entrada de la mezquita del Shah, ejercía sobre mí un poder hipnótico del que parecía no querer ni poder escapar, atrapado en el enjambre de pequeños arcos que adornaban la piel del principal. Y lo mejor es que nadie había allí que pudiera rescatarme.
Cuando me encontraba a punto de abandonar la plaza después de una sesión fotográfica de algo más de 1 hora acompañando la salida del sol, me pregunté (en este centro neurálgico de la vida social de Isfahan) cuántas personas podría albergar un espacio tan imponente como éste y cuántos paseos daría el cochero a lo largo del día con la inestimable ayuda del caballo al que en ese momento alimentaba, y que a buen seguro amenizaría la visita de extranjeros y nacionales a esta joya de la ciudad.
Regresé al hotel a tiempo de poder desayunar a la hora en que se abría el restaurante, esto es, las 7.00 Am. Una vez hube desayunado, me duché y me preparé para un nuevo día inolvidable.
A las 8.45 Am nos había citado la guía para iniciar el recorrido de visitas del día. Lo empezamos por el barrio armenio y su iglesia catedral Vank (la segunda iglesia en importancia para los armenios, cuyo nombre en su lengua significa precisamente iglesia).
MIGRACIONES FORZADAS EN DOS ÉPOCAS CRUCIALES
Bita nos explicó algo de historia de los armenios ligada a Irán, en especial las dos etapas en que emigraron a este país.
La primera en el siglo XVII (1650), en la que unos 350.000 armenios emigraron de su país huyendo de los otomanos; el rey armenio, siguiendo lo que se conoce como la “estrategia de tierra quemada” obligó a muchos armenios a emigrar, destruyendo a resultas de esa imposición un fructífero mercado con lo que pretendía afectar a los turcos y su economía.
Lo cierto es que a quien perjudicó gravemente fue a su propio pueblo, toda vez que durante ese éxodo que resultó muy duro para la población, fallecieron muchos niños, veteranos y personas vulnerables, mermando ese número de los que originalmente partieron hasta los 50.000 que finalmente cumplieron su objetivo.
La segunda etapa de emigración masiva de los armenios se produjo en tiempos de la primera Guerra Mundial, entre 1915 y 1923, en que los turcos llevaron a cabo una labor de exterminio que aun en la actualidad no reconocen que haya sucedido.
En la película “The Promise” (2016) dirigida por Terry George, se aborda el tema del genocidio de los armenios a manos de los turcos, que como propina se anexionaron una importante superficie de territorio que había pertenecido al pueblo armenio.
Junto a Vank se encuentra un museo dedicado al genocidio antes mencionado perpetrado por los turcos contra el pueblo armenio (notable en su interés), que alberga algunas curiosidades como libros en miniatura y en el “colmo de la nano escritura”, la realizada sobre un cabello de gato que sólo puede apreciarse a través de la lente de un microscopio. Esa misma tarde comprobaría la relevancia del pelo de gato en los trabajos de pintura miniaturista.
LA IGLESIA-CATEDRAL DE VANK
Libro en miniatura de la Biblia expuesto en el museo dedicado al genocidio armenio perpetrado por los turcos.
En la actualidad se estima que son 120.000 armenios los que viven en Irán y 60.000 en Turquía.
Azerbayán y Turquía están pugnando por una provincia armenia que tiene frontera con Irán para, entre otras razones, debilitar a Armenia en su relación y vínculo con Irán que siempre ha tomado parte por ellos en su conflicto con los otrora imperialistas turcos.
Nada de extrañar tendría que, si Armenia fuera el poderoso y Turquía el inferior, se aliara entonces Irán con este último. Cosas de la política y de la geopolítica.
Tras esta visita nos dirigimos a la Naqsh-e Jahan, la segunda ocasión que por mi parte la veía ese día.
Bita nos llamó la atención sobre dos enormes mojones, que cualquiera hubiera pensado que se trataba de dos bolardos elefantiásicos, pero que al parecer se utilizaron en un tiempo lejano como postes de una portería para la práctica del polo.
Alrededor de la plaza, en su perímetro, pude contemplar con los ojos del que ahora recibía una información valiosa, el bazar de Isfahan, en el lado Sur la Mezquita del Shah o del Rey Abbassi, en el Oste el Palacio Ali Qapu con funciones de índole administrativo y frente a éste en el lado oriental se levantaba la mezquita privada de los reyes (sin patio, ni minarete, ni nimbar), reservada a las altas autoridades y vedada a la oración del vulgo.
La mezquita del rey Abbassi data del siglo XVI y se tardaron 18 años en su construcción.
Y más que pudieron tardar en el proceso si no llega a ser por el rey “Aguas Grandes” que ordenó que se emplearan piezas cuadradas sobre las que se pintaba en sustitución de las más laboriosas piezas de “siete colores”, una suerte de puzle en el que una vez fabricada la pieza base con sus diversos huecos, se encajaban las distintas piezas con sus respectivos colores para formar un conjunto que a simple vista pareciera monolítico.
A modo de ejemplo, Bita nos ilustró acerca del ingente trabajo que entrañaba con una pequeñísima porción en la que supuestamente se veían dos pavos reales, para la que se necesitaron 3.000 piezas para conformarla.
Con el tamaño imponente de la mezquita, consistente en un patio central, 4 minaretes, 4 nimbares y dos madrasas anexas, no es de extrañar que en la actualidad siguieran trabajando en ella. De hecho, una de las cúpulas estaba siendo reparada y se encontraba parcialmente rodeada por un andamio de la época de las pirámides.
Otra de las cúpulas con doble cámara para que el aire entre ellas realice una función de aislante térmico, gozaba de una asombrosa acústica, no ya con un eco simple, doble o triple sino con una ametralladora de reverberaciones que podía uno poner en práctica situándose en un recuadro más oscuro del propio solado, dando rienda suelta a su imaginación.
Bita, algo más sobria agitó un billete de dinero, Fina y yo mucho más folclóricos nos marcamos una sevillana y un taconeo respectivamente.
El Palacio Ali Qapu fue en un tiempo el edificio más alto de Irán con sus 6 plantas y 38 metros de altura, aunque desde algunos puntos pareciera que tiene sólo 3 plantas y desde otros alguna más sin llegar a las que realmente tiene. Una confusión de perspectiva, tan frecuente no sólo con los edificios sino con las personas.
Accedimos a varias salas como por ejemplo la sala de espera de las legaciones diplomáticas o de las autoridades, simple y de no gran tamaño como la sala de espera de la consulta de dentista, ésta siempre menos agradable.
La sala de recepción, mucho más adornada, contaba con pinturas sobre yeso en colores claros típicos del arte de las zonas desérticas y que recordaba a los dibujos y tonalidades de las primeras alfombras que nos enseñaron en la tienda de Yadz.
En un claro guiño del destino, empeñado en que no me olvidara de la adquisición persa (la alfombra reversible de doble dibujo), nos mostraron la universidad de las alfombras, una carrera o especialidad muy apreciada entre los iraníes…y los turistas incautos…
Comimos en un restaurante muy próximo a la plaza y en el que nos amenizaron la comida con música, agradable comenté yo los primeros 10 minutos, y algo pegajosa según avanzaba la comida y tomabas conciencia de que más que acompañar las amenas conversaciones del grupo, las dificultaba.
La carne de cordero, muy sabrosa y tierna, compensó con creces lo correoso de las melodías con que fuimos obsequiados por un violinista y un fulano que tocaba con más garbo quizá de lo que el instrumento, una pandereta gigante, le confería.
Sin embargo, nos fuimos de allí y me dejé el móvil por lo que me vi obligado a regresar a la carrera cuando ya nos encontrábamos a la altura de nuestra última visita de la plaza, la mezquita privada de los reyes, ésta sin minarete, ni patio interior, pero de una fastuosidad digna de un entorno no menos impresionante, llamada del Sheik Lotf Allah.
Tras la visita a la mezquita sin oficio ni beneficio (salvo para los reyes y los turistas que las disfrutamos, ellos antes, nosotros ahora), la guía nos llevó a la tienda de unos de los miniaturistas más famosos de Irán que trabaja para marcas de relojes como Hermes y Phlippe Patek en sus diseños exclusivos.
Debo reconocer que temía esta visita “más que a un nublado” y nada más entrar un negro presagio se cernió sobre mi economía.
Bien es cierto que unos pocos minutos antes había afirmado muy campanudo que no compraría nada más después del episodio de la alfombra. Pero soy un pésimo jugador de póker y mis envites tienen menos valor que el de cualquier político al uso.
El maestro miniaturista nos hizo una demostración de sus habilidades en unos pocos minutos dibujando un rostro monocolor sobre una superficie no mayor a un sello de correos.
Y ese proceso prendió como la mecha de un detonante en mi débil voluntad, olvidándome de inmediato de la promesa que veía ya tan lejana como el hundimiento del Titanic. Tenía claro que no la cumpliría. Lo único que quedaba por disipar es si compraría una de sus obras maestras o más de una…
Nos explicó que pintaba sobre una superficie fabricada con huesos de camello para que se absorbieran bien los colores por la porosidad del material; dado que con un hueso podría no extraerse una superficie lo suficientemente grande para la representación a realizar, se procedía a triturar huesos y con ese polvo se fabricaban posteriormente los tamaños de láminas requeridos. Por otra parte, los colores empleados se extraían de productos naturales, incrementando el valor de su trabajo.
Subimos a la planta superior donde se exhibía un gran número de cuadros y empeñado en una frenética labor de descarte que me parecía a todas luces estéril, me dirigí a una sección en la que había representado especies animales.
Un lobo me cautivó, un águila captó mi atención. Un tigre…ése no quería ni verlo, como el alcohólico que trata de pasar de largo frente a una licorería.
Le pregunté al maestro si había representado algún halcón, dada la especial relación que guardo con esta especie, en la esperanza de que durante el lance consiguiera olvidarme del gran felino. No, me contestó el miniaturista y ciertamente debo confesar que me alegré. Pero de reojo seguía percibiendo la presencia acechante del felino.
Y cometí un error imperdonable, el de acercarme otra vez hasta el cuadro y coger la puñetera lupa estratégicamente colocada para hacerme sucumbir. No podría explicar lo que pensé cuando observé a través del cristal de aumento la sedosidad del pelaje, el volumen aterciopelado del abrigo colorido del tigre y esos bigotes que me perforaron el ojo, frente a la mirada de satisfacción de su creador.
Eres mío, pensé yo del tigre. Eres mío, pensó el maestro de mí…Varios regateos después, atesoraba un recuerdo y una promesa incumplida más…
Después del miniaturista, Bita nos concedió tiempo libre (unas tres horas) que cada integrante del grupo consumió como mejor quiso. Por mi parte, decidido a no incumplir una promesa de compra más, me fui con ella a una cafetería en el lado Norte de la plaza con la mejor vista a la misma.
Desde la terraza abierta del establecimiento y en mi caso con un chocolate caliente, disfrutamos de una panorámica de la plaza insuperable.
Según avanzaba la tarde y especialmente al atardecer, fue creciendo imparablemente la afluencia de gente, como si fuera (que de hecho lo es) el lugar de reunión de toda una ciudad de más de tres millones de habitantes.
Mis pensamientos abrazaron entonces la idea de cómo esa misma mañana, con poca más compañía que la que me brindaba la luz del alba, había podido fotografiar la plaza en un ambiente solitario que invitaba a la reflexión y al recogimiento, en el lugar menos propicio para ello.
Ahora, al atardecer del mismo día, todo cobraba sentido en el denominado “centro del mundo”, pudiendo captar la verdadera esencia de la plaza como lugar de encuentro y convivencia en el corazón de Isfahan.
Y por una vez me produjo gran satisfacción, poder fotografiar un conjunto monumental como el que ofrecía Naqsh-e Jahan con esa multitud que lo llenaba de vida, desplazando a las almas de tiempos pasados que quizá retomarían ese espacio al amanecer del siguiente día…
Por último, realizamos las dos últimas visitas programadas del día, ya nocturnas, de dos de los puentes principales de Isfahan.
El primer puente denominado Shiraz de 123 metros de largo y 12 metros de ancho fue construido en 1644 y funciona como represa del río Zayandeh.
El segundo llamado So Seh Pol, es el más emblemático de la ciudad y presenta 33 arcos. Se construyó en 4 años (1599-1603), presenta una longitud de 300 metros y una anchura de 14 metros dividida en tres zonas, la central para el paso de animales y caravanas de transporte y dos pasillos laterales para el paso de personas.
Esa noche cenamos todos los del grupo menos Victoria, que no haciendo gala de su nombre se sentía derrotada después de un día bastante intenso, en un restaurante que nos recomendó Bita junto a la plaza Naqsh-e Jahan. Aunque sin postre, a la postre resultó todo un acierto.