DEVIL´S POOL
CATARATAS VICTORIA, ÁFRICA
Fotos: TRAVEL ROAD PARTNERS
Después de un espectacular viaje por África de casi 4 semanas, si hubiera tenido que elegir una última actividad que sirviera de colofón al mismo, no habría podido escoger una mejor opción que la de visitar la “Devil’s Pool” o la “Piscina del Diablo” de las Cataratas Victoria para darme un baño en tan singular emplazamiento.
Sin embargo, debo reconocer que poco más de 24 horas antes de la terminación del viaje, no tenía por varias razones ni la más remota idea de que fuera a darme ese chapuzón.
La primera y más importante de ellas era que, si bien no me resultaba del todo desconocida la existencia de la “Devil’s Pool”, ni la asociaba con las cataratas Victoria, ni para ser sinceros con el continente africano.
Mi recuerdo de ella se limitaba a haber visto en el pasado algún vídeo, ciertamente llamativo, de un reducido grupo de personas bañándose al borde de una gigantesca caída de agua con tan evidente como justificada cara de emoción, pero en ningún momento del viaje afloró al plano de mis pensamientos conscientes, preludio del más que probable planteamiento posterior…¿y por qué no acercarme cuando este por allí?.
El segundo motivo y no menos importante se basaba en el apretado programa de actividades que en poco más de día y medio teníamos incluido en el viaje organizado del que formaba parte. Dicho programa incluía un vuelo en helicóptero sobre las cataratas Victoria, la visita al Parque Nacional de las cataratas en suelo zambiano y zimbabuense y un crucero vespertino por el río Zambeze.
Considerando que llegamos a Victoria Falls para hospedarnos en un espectacular hotel colonial un miércoles a las 2.00 Pm y que en la mañana del viernes debíamos salir hacia el aeropuerto de Victoria Falls, para cubrir la primera etapa (vuelo hacia Johannesburgo) de nuestro periplo de regreso a España, no hace falta ser un lince para entender que, aunque hubiera tenido en mente desde un principio hacer la excursión a la piscina diabólica, habría resultado francamente complicado encajar una actividad adicional en tan ajustado programa.
Para superar el primer escollo, el de que no hubiera reparado en que allí me esperaba una de las experiencias más inolvidables que cualquier viaje pudiera ofrecer, conté con la inestimable ayuda de Elena, una de las integrantes del grupo de 20 personas con el que había viajado y con la que había iniciado una amistad tan sorprendente como grata.
El que nos hubiéramos hecho casi “inseparables” desde hacía unos cuantos días con una familiaridad y confianza propia de una relación mucho más asentada en el tiempo, propició que la “Devil’s Pool” pasara a ser un objetivo deseado. No sabría precisar con exactitud cuándo me dijo (si a nuestra llegada al hotel de Victoria Falls o algo después) lo que me dijo, pero sí su comentario…
-Oye Pedro, ¿no era aquí donde te podías bañar junto al borde de las cataratas? No estoy segura, pero me parece que sí.
…y mucho más mi reacción, puesto que actuó como un detonante fulminante en mi determinación por visitar a toda costa la condenada piscina.
Pero aquí entraba en escena el obstáculo antes aludido y que amenazaba seriamente con que pudiera hacer realidad el improvisado cambio de planes. Si al día siguiente jueves, el programa de actividades no me dejaría tiempo libre ni para ir al baño y resultaba inviable organizar nada esa misma tarde del miércoles, únicamente me quedaba libre una ventana de unas pocas horas en la mañana del viernes. Más que ventana se trató de un ventanuco, una vez nos confirmó la guía (Maru) que debíamos dejar libre la habitación a las 10.00 Am y listos para salir hacia el aeropuerto a las 10.30 Am.
PLANEANDO LA VISITA A LA DEVIL´S POOL
Aprovechando que después de comer dimos un paseo por el pueblo de Victoria Falls, me acerqué a la oficina de información turística para informarme sobre la excursión a la “Devil’s Pool”.
Aquí el diablo empezó a conspirar a “favor de obra”. Me explicaron (corroborando lo que ya me habían anticipado en nuestro hotel) que las excursiones a la piscina se realizaban únicamente por la mañana, saliendo temprano desde el hotel Kingdom y con una duración total aproximada de unas tres horas.
Dado que la salida desde el Kingdom estaba prevista para las 6.15 Am, si no surgía ningún inconveniente me otorgaría un margen de media hora para abandonar la habitación y de una hora para partir hacia el aeropuerto. Insuficiente, pensó Elena. Suficiente, pensé yo.
Eso sí, debíamos llegar en coche hasta la frontera de Zimbabue; acceder al puesto de control migratorio en suelo zimbabuense; adentrarnos en Zambia, donde nos estaría esperando un segundo vehículo para llevarnos al puesto migratorio en este país; recibir el correspondiente sello en el puesto de control zambiano; dirigirnos en este segundo automóvil a una localización en la que una lancha nos transportaría hasta una pequeña isla; una vez allí, caminata de unos 10 minutos hasta un cierto punto en el que ya nos tendríamos que meter en el agua y nadar hasta unas rocas junto a la ubicación de la dichosa piscinita. Y claro, luego regresar haciendo el camino a la inversa. ¿Qué podría salir mal?
Para no complicar si cabe más el tema, decidí no comentar a nadie del grupo (con la excepción lógica de Elena) que me iba a apuntar a esta “deliciosa locura” y mantener a Maru ajena a mis intenciones hasta la tarde de la víspera, cuando estuviéramos navegando por las apacibles aguas del río Zambeze. Casi no reaccionó cuando se lo comuniqué en el barco……..
-¡Estás de broma!, exclamó. –La verdad es que no, le contesté sin el menor atisbo de duda.
Si bien tengo claro que la conversación no dio más de sí y de que si no hubiera sido el último día del viaje no me habría decidido a hacer la excursión por mi cuenta, aún ahora me asalta la duda sobre si Maru quedó preocupada por el poco margen de tiempo con que contaba al día siguiente, o simplemente pensó que acababa de mostrar la vena de chalado que hasta ese día había mantenido escondida.
Llegados a este punto del relato, no se me ocurre mejor forma de describir lo sucedido que rescatando las notas del diario de viaje en el que doy buena cuenta de que el diablo, si bien tuvo varias oportunidades de jugarme una mala pasada, se abstuvo de arruinarme una experiencia que por otra parte resultó absolutamente memorable.
DE CAMINO A LA DEVIL´S POOL
Me levanté muy pronto, con la resaca de emociones del día anterior, ya que a las 6.15 Am nos recogían en el hotel Kingdom para ir a la “Devil’s Pool”. Antes de salir de la habitación, a pesar de que llevaba dinero suficiente en dólares (en concreto 120), no sé muy bien por qué pero decidí llevarme otros 100 euros en dos billetes de 50. Esta decisión se tornaría luego de vital importancia.
Una vez en el punto de recogida del hotel Kingdom, tras un inicio titubeante motivado por una pareja de franceses que no disponía de visa para entrar en Zambia y había entendido mal el coste del “transfer” de Zimbabue a Zambia, con lo que dudaban si tendrían dinero suficiente para el pago de dicha visa, me vi en la obligación de intervenir para explicarle al conductor que había venido a buscarnos que esa misma mañana viajaba de regreso a España, para lo que tendría que llegar al hotel antes de las 9.30 Am.
Las otras personas que integraban el grupo eran cuatro chicas jóvenes (dos australianas, una americana y una italiana) que llegaron algo más de 5 minutos tarde. Pensé lo que luego se confirmó con creces, que iba a tener el tiempo más apretado que el culo de una mosca.
ENTRE ZIM Y ZAM
Creo recordar que la frontera de Zimbabue la pasamos con relativa rapidez, aunque una de las chicas llevaba una especie de salvoconducto que casi le impide abandonar “Zim” y entrar en “Zam”. Los nativos se refieren coloquialmente a “Zimzam” cuando entran a Zambia desde Zimbabue y “Zamzim” cuando lo hacen a la inversa. Así es que, con este lío de puestos fronterizos quizá fuera en “Zam” donde retuvieran a la chica. Mientras tanto, seguíamos acumulando retraso en las diferentes etapas de la excursión que no había hecho más que empezar.
Cuando llegamos al sitio en el que teníamos que firmar las hojas de registro y nos daban la correspondiente charla con las medidas de seguridad (previo a embarcarnos en la lancha que nos transportara hasta la isla), todos contaban con un recibo de contratación de los servicios menos yo.
En el hotel en que me alojaba donde encargué que me hicieran la reserva de la excursión pedí pagar los servicios, pero me explicaron que lo haría al realizar el registro de salida (algo que me extrañó pero que no discutí). Ahora descubría que se había producido un malentendido puesto que lo preceptivo era pagar los servicios en destino, esto es, cuando fuera a hacer la excursión (circunstancia que no aplicaba a todos los demás que llegaron con su recibo de excursión pagada).
LOS PROBLEMAS CRECEN…
Y aquí empezaron las carambolas que a punto estuvieron de dejarme en tierra. No me queda duda de que los planes del diablo eran otros.
Cuando me disponía a pagar me dicen que no aceptan dinero en efectivo y que debo abonar los servicios con tarjeta. Les digo que no he traído tarjeta y que llamen a mi hotel en Victoria Falls para aclarar este entuerto. En el hotel les explican lo del malentendido y que debo pagar yo aquí.
Después de una consulta con no se quién, aceptan que pague en dólares en efectivo. Saco los billete de 100 y 20 dólares que llevaba ( el total de los servicios era 110 ) y me dicen que no aceptan billetes de 100 anteriores a no sé qué puñetero año en el que los empezaron a imprimir con una banda azul de seguridad. Cuando les digo con una desesperación que iba en aumento, que no llevaba más billetes de 100 que éste que rechazaban de curso, eso sí, perfectamente legal, sí que me veía definitivamente en tierra.
Sin embargo, en ese trance en que me encontraba ya abjurando en arameo, recordé que había traído los dos billetes de 50 euros. Se los tendí al encargado instintivamente y con un gesto de “por favor, apiádate de mí y no me toques las pelotas más…….”.
Vuelta a consultar telefónicamente con vaya usted a saber quién y después de un forcejeo verbal que no entendí pero que denotaba que las posiciones de uno y otro a cada lado del aparato no coincidían (desconozco por tanto quién pretendía dejarme en tierra y quién oficiaba de diablo para que conociese su piscina privada), decidieron aceptar el pago en euros y dólares (100 en la primera moneda y 10 en la segunda). ¡¡¡¡¡Estaba dentro!!!!! Y claro, ya no volvería a quejarme del retraso acumulado en la excursión………
En definitiva, el haberme traído en última instancia los 100 euros y que recuerdo haberlos tenido en la mano y dudar en si llevarlos o no, por eso de que no se perdieran o se mojaran, resultó providencial……
YA VEÍA MÁS CERCA EL BAÑO EN LA DEVIL´S POOL
Nos llevaron en la lancha a motor hasta una isla. Desde allí caminamos por las rocas para hacer unas primeras fotografías a las cataratas.
A continuación, nadamos un tramo contracorriente tras sortear un primer tramo con la ayuda de unas cuerdas tendidas sobre el agua. Me llamó la atención que el tramo que recorrimos con la ayuda de las cuerdas parecía más en calma que el que nadamos sin la ayuda de ellas, describiendo un arco de circunferencia y evitando nadar directamente en perpendicular contra la corriente. A la ida nadé “estilo perro” con la cabeza fuera del agua, mientras que a la vuelta “me vine arriba”, introduje la cabeza en el agua como un avezado nadador y ese error fatal casi me causa un disgusto.
EL BAÑO en la Devil’s Pool es incomparable, y un recuerdo IMBORRABLE
Te agarran de los tobillos para que te recuestes hacia adelante con el pecho apoyado sobre el murete perimetral de la piscina y los brazos extendidos literalmente sobre el vacío, mientras el sonido del agua de las cataratas te envuelve de tal manera que llegas a pensar que te va a arrastrar la corriente fluvial hasta el fondo de la garganta.
Como mencioné unas líneas más arriba, al hacer el recorrido de regreso a nado, metí la cabeza en el agua. Casi de inmediato me percaté de que la corriente había arrastrado mis gafas (soy miope como un topo) y alarmado empecé a palparme el cuerpo con una angustia difícilmente descriptible.
Palmoteé a mi alrededor, en un movimiento tan instintivo como poco natural, temiéndome en esos escasos segundos (que me parecieron eternos) que las gafas yacerían en breve en el fondo, quién sabe si de la garganta.
Tan afortunada como increíblemente las recuperé al tocarme la pantorrilla derecha, ya que se habían quedado milagrosamente enganchadas en esa parte baja de mi anatomía.
No sólo fue un milagro que las recuperara, sino que me percatara, mojadas como estaban y con una visión más que limitada por todo el vapor que las empañaba, de que habían emprendido un baño por su cuenta cuando yo trataba de emular a Michael Phelps…
Si me quedaba alguna duda de que el diablo había estado conspirando “a favor de obra”, ésta fue la prueba definitiva de que en todo momento estuvo de mi parte.
EL RECUERDO DE UNA SENSACIÓN SOBRECOGEDORA Y EMOCIONANTE AL MISMO TIEMPO
En el trayecto de vuelta a Zimbabue, la pareja francesa se entretuvo algo de tiempo comprando la visa de la que carecían (aún no entiendo por qué no se la requirieron a la ida cuando además había una menor congestión de gente en el puesto fronterizo), operación en la que acumulamos más retraso. Es seguro que, si la hubieran adquirido a la ida, esto es, con el “Zimzam” en vez de con el “Zamzim” habríamos tardado menos tiempo.
En definitiva, la excursión que debía haber terminado a las 9.15 Am se prolongó hasta casi las 10.00 Am cuando llegamos al hotel Kingdom.
Casi me bajé en marcha del vehículo ( las despedidas ya las habíamos adelantado ) y salí corriendo hacia mi hotel al que llegué a las 10.05 Am, es decir, cinco minutos después de la hora en que estaba acordado abandonar las habitaciones. Pedí en la recepción una extensión de 15 minutos y volé a mi habitación sin poder acceder en primera instancia dado que la tarjeta estaba ya desactivada.
Tras volver a la recepción con la lengua fuera y que me activaran la tarjeta, regresé a la carrera para darme la ducha más rápida de toda mi vida. Cerrar el equipaje y registrar la salida como si huyera de un grupo de terroristas, me permitió presentarme a las 10.30 Am cuando el grupo iniciaba la subida al autobús que habría de llevarnos al aeropuerto de Victoria Falls.
Le pedí en ese momento al diablo que se fuera a descansar que ya me encomendaría a Dios para que el vuelo a Johannesburgo transcurriera sin incidencia alguna…