
PARQUE NACIONAL MESA VERDE, COLORADO EE.UU
La primera vez que divisé el “Cliff Palace” o “Palacio del Acantilado” desde uno de los miradores estrella del Parque Nacional de Mesa Verde en Colorado EE. UU, creí estar ante un imponente nacimiento o una gran maqueta representando lo que habría podido ser el asentamiento de unos pobladores improbables en un lugar aún más improbable si cabe.
Fotos: TRAVEL ROAD PARTNERS
Dada la dificultad para calcular la distancia desde la plataforma en la que me encontraba hasta el acantilado en forma de media luna ingeniosamente horadado varias decenas de metros hacia el interior del macizo rocoso y coronado en una superficie perfectamente horizontal (de ahí la denominación de mesa), sumado a la ausencia de toda referencia conocida, me impedía calibrar convenientemente si los restos de las construcciones contenidas en la oquedad, en su tiempo albergaron a una docena de personas o a varios centenares de ellas.

LA VERDADERA DIMENSIÓN DEL POBLADO
Mientras trataba de conseguir con la cámara fotográfica un buen encuadre que plasmara el grupo de construcciones cimentadas al abrigo de la mesa rocosa (algo que hubiera podido hacer hasta el más inexperto de los fotógrafos en la posición de privilegio en la que me hallaba), un grupo de personas surgió en la pantalla-visor digital, desvelando la primera de las incógnitas que habían ocupado mis pensamientos.
Cobraban entonces su verdadera dimensión (especialmente la altura de algunos elementos) los restos de las construcciones de una nada desdeñable comunidad de pobladores, que durante la posterior visita nos explicaron hacía más de 1.000 años habían buscado, quien sabe si construido en su totalidad o ampliado una primera cueva natural, refugio permanente en este acantilado.

Dejando a un lado las lógicas ventajas que un emplazamiento estratégico como éste ofrecía para la seguridad del poblado por su fácil defensa, uno de los aspectos que llamaron más mi atención acerca de la organización de la vida de estos moradores fue lo concerniente a la recogida y almacenamiento del agua.
Dispusieron una serie de aljibes en el fondo de la cueva que se llenaban a través de las grietas y fisuras presentes en la mesa (a la sazón el techo o visera de la cavidad), operación natural durante la cual se producía una suerte de filtrado, ayudado por la porosidad del macizo rocoso, de las partículas en suspensión que pudiera arrastrar el líquido elemento para un mejor consumo.
Edward Abbey en su célebre obra “El solitario del desierto” publicada en 1968 en la que recuerda sus experiencias como guardaparques en el Arches Park en Utah, escribía acerca de estos pueblos nativos y sus característicos hogares inexpugnables lo siguiente:
“Lo que me interesa es la cualidad de esa vida precolombina, el sentimiento de ella, la atmósfera. (…….) como muchos estadounidenses del siglo XX, vivían bajo una nube de miedo. Miedo: ¿es esa la clave de sus vidas?. Qué persistentes y diabólicos enemigos deben de haber tenido, o creído tener, cuando incluso aquí en el intrincado laberinto del desierto (…….) se sentían forzados a hacer sus casas, como las golondrinas, en un nicho en lo alto de la pared de un acantilado”.
Si bien es cierto que otras incógnitas quedarían aclaradas con las explicaciones brindadas por el guía que nos asistía en la visita al poblado, la principal de ellas seguiría sumida en el más absoluto de los misterios. ¿Qué les empujó a abandonar aparentemente de forma apresurada un emplazamiento como éste?.