DEVIL´S GARDEN
ARCHES NATIONAL PARK, UTAH, EE.UU
Fotos: TRAVEL ROAD PARTNERS
Los parques nacionales de EE.UU ofrecen a los visitantes una gran variedad de senderos de diferente dificultad, que les permiten explorar de un modo independiente según las necesidades y preferencias de cada cual, los entornos naturales. En ocasiones nos ofrecen también una historia que contar a los amigos.
Cuando me encontraba en el Parque Nacional de los Arcos en el estado de Utah en el año 2014, una vez cumplida la visita que consideraba prioritaria al Arco Delicado, siguiendo un trazado de 3,0 millas (4,8 km) en suave aunque continuada subida, decidí completar otro sendero en el área denominada Devils Garden (Jardín del Diablo) para completar las caminatas de un día que, ya sólo con el regalo del “Delicate”, había colmado con creces todas las expectativas.
Devils Garden Trailhead
Si bien en el plano del parque se indicaba la cabecera del Jardín del Diablo, es preciso señalar que se trataba de un conjunto de senderos, uno de los cuales denominado sendero primitivo, no siendo circular (aunque así lo recordaba en el momento de iniciar la marcha), partía de un punto y desembocaba más adelante en otra sección del que podría considerarse como ramal principal del caluroso jardín.
Aquel día el calor no concedía respiro alguno, pero el entorno invitaba a disfrutarlo absorbiendo todos y cada uno de los matices de luz y color que las curiosas formaciones naturales ofrecían.
No pareciéndome la denominación “satánica” lo suficientemente reveladora de lo que podría encontrarme, escogí recorrer el sendero del Double O Arch (Arco de la Doble O) con una longitud de 4,2 millas ( 6,8 km ) y calificado de dificultoso, desatendiendo sin excepción cada una de las recomendaciones que se reflejaban en un cartel dispuesto precisamente en la cabecera del camino antes mencionada.
Las recomendaciones apelaban al más puro sentido común, indicando que se transportara suficiente agua (al menos dos litros por persona), se caminara con ropa y calzado adecuado y no se emprendiera el recorrido, a ser posible, en las horas centrales del día, cuando el sol desplegaba inclemente e implacable todo su poderío.
Considerando que iniciaba el paseo a las 2.00 PM, vestido con unas bermudas, un polo y zapatillas de deporte y una cartera con un billete de 100 dólares como único pertrecho, ¿qué podría salir mal?.
Después de transcurrida la primera hora, la sensación inicial de sequedad en la boca y de cierta dificultad para tragar dio paso a un creciente dolor de cabeza. Por ella cruzaba fugazmente la idea de dar media vuelta, pero como había caminado a paso rápido y recordaba (luego vería que equivocadamente) que el sendero era circular, pensaba que lo más sensato era continuar a buen ritmo sin aminorar la marcha, en la esperanza de poder regresar al punto de partida.
En un determinado momento me vi acompañado de otro senderista llamativamente equipado, como si fuera a escalar una pared vertical.
Al llegar a un punto del camino nos vimos en la obligación de separarnos, puesto que bloqueando el paso se alzaba una enorme pared de roca para la que resultaba más que evidente que yo no estaba preparado para salvar.
Regresé por tanto frustrado sobre mis pasos hasta alcanzar una bifurcación en la que no había reparado anteriormente.
llevaba ya más de tres horas caminando…
Mi desorientación iba en aumento. Me preocupaba que no encontrara apenas gente en el recorrido y que hubiera empezado a sentir un hormigueo ostensible en las puntas de los dedos de las manos y los pies (comprobaría después que es uno de los primeros síntomas graves que se manifiestan en la deshidratación).
No era cuestión de mostrar desesperación ante la situación, pero cada vez le encontraba menos gracia al árido paisaje que me rodeaba y que pocas horas atrás me había seducido con su brutal y atrapante belleza.
Lo que sí me produjo un gran desconcierto no exento de sorpresa es el poco tiempo que transcurrió, no superior a media hora, entre mi estado de malestar generalizado pero tolerable y el que me forzó a sentarme junto a un arbusto, en la búsqueda de una ridícula sombra, una vez que el mareo que me invadía impedía que caminase con un mínimo de coordinación.
Previamente me había cruzado con algunas personas a las que había pedido agua sin ningún éxito, la vergüenza había ejercido una influencia más poderosa.
DE ESTAR más sediento que exhausto A NO PODER MANTEneRME EN PIE…
Después de unos minutos que no supe ni sabría ahora cuantificar dado el estado letárgico en el que me había sumido, se acercó una pareja de excursionistas, éstos sí bien preparados para el paseo, que me preguntó qué me sucedía. Responderles que necesitaba agua con urgencia y extenderles el billete de 100 $ de una manera algo cómica que recordaba las escenas de cámara oculta, fue todo uno.
Tras un amable forcejeo en el que ellos se negaban a aceptar el billete y yo me negaba a beber si no lo aceptaban, me pasaron una de sus reserva de agua, llevaban dos, una en cada una de las mochilas a modo de depósito incorporado a la misma, de la que di cumplida cuenta ya sin pedir permiso para ello.
De lo que no me cabe la menor duda es que habría sido incapaz de orientarme y regresar a la cabecera del sendero, sin la ayuda de los dos buenos samaritanos.
un español que compraba el agua al precio más elevado del estado de Utah…
Al llegar al estacionamiento de vehículos junto a la cabecera del sendero, mis dos ángeles de la guarda me obsequiaron con una botella de un galón de agua (3,77 litros) que me negué nuevamente a recibir si no aceptaban una contraprestación monetaria, en este caso de 50 $.
Debieron creerse muy afortunados por toparse con un español que compraba el agua al precio más elevado del estado de Utah, pero lo cierto es que era yo el que me sentía la persona con más suerte del parque.
Conduje directamente al hotel que se localizaba a pocos kilómetros de la entrada del parque y al que llegué sobre las 6.30 PM, sin más fuerzas que para tumbarme vestido en la cama con la garrafa de agua al alcance de la mano, apoyada en la mesilla de noche entre las dos camas con que contaba la habitación.
Me desperté a la mañana siguiente con la sensación de haber disfrutado del descanso más reparador de los últimos años. El bidón de agua se encontraba completamente vacío.
Me duché, recogí el equipaje y bajé a desayunar sumido todavía en extraños pensamientos de lo que podía haber llegado a suceder el día anterior.
Tras avituallarme copiosamente ,ya que no había ingerido bocado alguno el día anterior, incluyendo dos vasos de agua, dos de zumo de naranja y una taza grande de café con leche, caí en la cuenta que el de hoy sería mi tercer día de viaje de un total de diecinueve y de que todavía no había pasado por el baño a evacuar líquidos.
No lo haría hasta el mediodía al parar en una gasolinera para reabastecerme de combustible.