TORTUGAS
GIGANTES
ISLAS GALÁPAGOS, ECUADOR
Fotos: TRAVEL ROAD PARTNERS
La primera de las dos veces que visité el archipiélago de las Galápagos lo hice como parte de un itinerario programado por las ciudades principales de Ecuador en la Semana Santa de 2008, reservando unos pocos días para acercarme a las notablemente alejadas islas Galápagos.
Fueron poco menos de tres días los que dediqué a este paraíso natural situado a unos 1.300 Km de la costa ecuatoriana y el mismo número de conclusiones las que extraje de aquella incursión mágica: que volvería al menos una segunda vez, que el tiempo que le dedicaría en esa segunda ocasión sería superior a esos cortísimos tres días y que me consideraba un privilegiado por haber tenido la oportunidad de disfrutar de una experiencia irrepetible…….salvo que cumpliera las dos premisas anteriores.
Afortunadamente pude hacer realidad mis deseos en el año 2018 pero, parafraseando al barman Moustache de la película “Irma la dulce”, esa es otra historia…………
Si nos remontamos al año 2008 de mi primer viaje a las Galápagos, cada vez se planteaba con mayor intensidad y frecuencia el debate en torno a cómo se estaban viendo afectados los ecosistemas con el creciente número de turistas, que año tras año no dejaba de incrementarse en unas islas con unas infraestructuras algo precarias para su correcta acogida, pudiendo poner en riesgo, si es que no lo estaba amenazando ya, un entorno natural protegido como el del archipiélago.
Los protagonistas en las islas son las distintas especies que las habitan, muchas de ellas endémicas, y lo más llamativo cuando se interactúa con las mismas es la ausencia total de prevención o cautela con que se muestran hacia el ser humano, al que no perciben como amenaza.
Es por ello por lo que uno se siente más como un invitado a sus dominios que como un intruso que perturbara su normal existencia y desde luego mucho menos que como un agresor al que recibieran con recelo o abierta hostilidad.
La aproximación a los animales si no amistosa, sí resulta por parte de ellos de una indiferencia consciente y en ocasiones de cierta curiosidad, lo que permite su observación con suma facilidad sin la necesidad de disponer de medios sofisticados y costosos.
ESTACIÓN CIENTÍFICA CHARLES DARWIN
En la isla de Santa Cruz y más concretamente en su núcleo de población más importante, Puerto Ayora, se encuentra la estación científica Charles Darwin, unas instalaciones dedicadas a la investigación biológica y conservación de las distintas especies de tortugas gigantes, los galápagos que dan nombre al célebre archipiélago.
LONESOME GEORGE
Dentro de la estación Charles Darwin todavía vivía (fallecería años después) el solitario George, el último ejemplar de galápago de una especie que habitó la isla de La Pinta y que accidentalmente fue a cruzarse con un biólogo americano de origen húngaro, Joseph Vagvolgyi y su mujer en el año 1971, cuando se creía que ya habían desparecido de la isla las tortugas tras la explotación continuada y la caza indiscriminada de las mismas.
Lo que hacía especial del solitario George era su caparazón en forma de silla de montar, que le permitía levantar el cuello hasta 1 metro por encima del suelo y alimentarse de todo aquello que formaba parte de su dieta y que tenía la particularidad de situarse a esa altura de la superficie por la que se desplazaba el bueno de George.
ÚNICO, ÚLTIMO EN SU ESPECIE
Cuando uno piensa en una especie en peligro de extinción, se imagina lugares recónditos e inaccesibles y todo tipo de peligros tanto para la especie amenazada como para el que quisiera llegar a observarla en tan delicado equilibrio vital.
Sin embargo, en el caso de George “el solitario”, su observación no habría podido ser más sencilla y accesible ni la razones para su irremediable desaparición más prosaicas: una inquebrantable voluntad de estar solo y el rechazo de todas las compañías femeninas dispuestas allí para que el tozudo George se entregara al disfrute, quebrando finalmente su resistencia numantina y dando paso a su tan ansiada descendencia. No esperada por él desde luego sino por sus cuidadores.
Por si una sola hembra no fuera suficiente para el exigente George, le colocaron dos, pero ningún intento fructificó.
Quizá se percatara en algún momento del exceso de atención que le dispensaban, de que era la auténtica estrella de la estación Charles Darwin y de un complejo programa de estrategias (que se lo digan si no a las hembras que compartían lecho con él) que nunca llegó a entender del todo, pero que sirvió, como oposición al mismo, para el reforzamiento de una idea que sólo George parecía tener clara y a la que jamás iba a renunciar: “¡¡¡¡¡¡Que me dejen en paz de una puñetera vez!!!!!!”.
Se marchó un día del año 2012, no sé si tranquilo, pero desde luego muy bien cuidado, nunca diría que solo, aunque quizá sí se sintiera así por muy acompañado que estuviera, sin conciencia de la trascendencia de lo que su definitiva despedida suponía. ¿O sí? Muchos en la estación Charles Darwin debieron llorarle y se dice que alguno de sus cuidadores más próximos guardó una especie de luto de más de 1 año.
Dado que los afectos de George con los de su especie estaban en entredicho, no era cuestión de probar con qué interés recibiría a alguien como yo.
Por el contrario, sí me permitieron (excepcionalmente, gracias al guía que me acompañaba y sus buenas gestiones ante uno de los responsables de la estación Charles Darwin), acceder al recinto vallado en donde se encontraba otro de estos gigantes antediluvianos, más sociable que George.
No sé quién demostró más curiosidad para con el otro, las fotografías dan buena prueba de la peculiar interacción que se produjo. Quién sabe si bajo la atenta mirada de George…