EL CIERVO
MOUNT RAINIER, OREGÓN, EE.UU
Fotos: TRAVEL ROAD PARTNERS
No hay mejor regalo que la naturaleza te pueda hacer que un encuentro fortuito con algún morador del tipo de fauna que no te esperas cruzar, y cuando se produce, se muestra entonces más viva que nunca y uno experimenta ese sentimiento de que todo el conjunto cobra más sentido en ese momento.
Ajeno a todo el ajetreo que se le presupondría a una zona próxima al Visitor Center Henry M. Jackson del Parque Nacional del Mount Rainier, por tratarse del que concentra la mayor cantidad de visitantes, se encontraba este ciervo alimentándose y por momentos acicalándose o lo que fuera que hiciera con los lengüetazos que se daba, mostrando la más improbable de las calmas.
Quizá por lo inesperado de su presencia en un lugar tan próximo al edificio del Centro de Visitantes, al final de un recorrido espectacular, para muchos senderistas pasó completamente inadvertido.
CIERVA Y CERVATO
OLYMPIC NATIONAL PARK, WASHINGTON, EE.UU
El paisaje con su frondoso bosque de pinos y abetos, las cadenas montañosas con sus cimas heladas y glaciares colgados, los valles profundos y cortados de roca, quedarán congelados en el tiempo, en el cuadro de esos minutos que compartiste con tus nuevos amigos, fugaces en tus sentidos, pero eternos en tus recuerdos.
Si además consigues transmitir a los animales la tranquilidad suficiente para que por un instante no se dejen llevar por el instinto que, a modo de alarma, les alerta de inmediato del peligro que los seres humanos entrañamos para ellos, permaneciendo en el mismo sitio (imposible que continúen con los quehaceres previos al encuentro) y observándote en una calma tensa con una mirada inquieta y curiosa al tiempo, nada podrá hacer ya que olvides tu caminata.
Tuve el privilegio de experimentar algo parecido en el Olympic National Park situado en la península Olimpia del Estado de Washington, recorriendo el Hurricane Ridge Trail o Sendero de la Cresta del Huracán, denominado posiblemente así porque los vientos que azotan las cimas de la cordillera en la que se localiza el monte Olimpus, no se asemejan a suaves brisas marinas estivales.
En una de las múltiples ramificaciones que presentaba el sendero me topé inesperadamente con una mamá ciervo y su cervato.
Me aproximé lentamente a ellos tratando de no asustarlos, situándome tan cerca que casi podía llegar a tocarlos, razón por la que opté por sentarme en el suelo para parecer algo menos intimidante. Si bien el cervato se mostraba algo asustadizo, la mamá prácticamente se mantuvo inmóvil durante todo el tiempo de mi aproximación.
Pronto advertí que pretendían cruzar la senda de tierra en la que me hallaba sentado y que para ello debían bordear mi posición a una distancia de menos de dos metros en un pequeño claro que se abría a mi derecha pero que se interrumpía en un abrupto precipicio, o podían internarse en el bosque tupido tomando una distancia mayor o al menos la suficiente con la que se sintieran seguros respecto del nuevo intruso.
El cervato, inquieto, fue el primero en decidir moverse y lo hizo recorriendo el camino menos probable, el del borde del precipicio, mientras la cierva permaneció inmóvil (quién sabe si conteniendo la respiración), con la cabeza ligeramente ladeada y una expresión que a mí me parecía decir algo así: no nos vas a hacer daño a mi cría y a mí, ¿verdad?
Pudieron perfectamente haberme evitado separándose mucho más de mi ubicación. Pero lo cierto es que no lo hicieron, la mamá avanzó por la misma senda del cervato y disfruté de su compañía varios minutos más hasta que suave y gradualmente, ahora sí, se internaron en el bosque sin volver la mirada atrás.
Es entonces que sentí aquello que expresaba Henry David Thoreau cuando decía que «la contemplación de la naturaleza es proveedora de un gozo inigualable«