CAÑÓN DE CHELLY, ARIZONA EE.UU

Contemplar desde un mirador apropiado la Roca de la Araña o Spider Rock en el Cañón de Chelly Arizona,  es asomarse a uno de esos escenarios naturales, portentos que la naturaleza exhibe en ocasiones para mostrarnos su capacidad escultórica ilimitada.

Fotos: TRAVEL ROAD PARTNERS

Desconozco la razón por la que se denomina a esta esbelta formación, como si de un vigía del cañón se tratara, la Roca de la Araña, puesto que ni la forma invita a pensar en un arácnido ni resulta razonable imaginar que alguna pudiera buscar refugio en tan singular elemento.

En todo caso, si resulta inevitable reflexionar acerca de la caprichosa actuación de los diversos agentes naturales que a lo largo de millones de años han intervenido hasta configurar tan peculiar atalaya.

Junto al mirador de la roca de la araña, un indio vendía todo tipo de pequeños objetos como cerámicas, piedras decoradas, telas y demás souvenirs.

Me acerqué atraído por las piedras pintadas en las que se representaban escenas cotidianas de la vida de los nativos y no pude resistirme a comprarle una que me causó una grata impresión. En ella se veía a un indio tocando una especie de flauta invocando al dios de la lluvia o lo que fuera que creyesen para que el líquido elemento bendijera sus cosechas.

CAÑON DE CHELLY, ARIZONA EEUU

Volviendo la vista al cañón y su incontestable aridez, recuerdo haber pensado en el poco éxito que esta suerte de magos frecuentemente debía tener en la realización de los ritos musicales destinados a que los cielos descargaran el preciado líquido del que a buen seguro carecerían las más de las veces. ¡Como hoy!, pensé deslizando una sonrisa irónica………

Ya atardecía, me puse en marcha hacia mi siguiente destino, el Monument Valley y a medida que se ocultaba el sol, más amenazante se presentaba el cielo con una nubes negras que no dejaban lugar a dudas de sus lluviosas intenciones.

CAÑON DE CHELLY, ARIZONA EEUU

Fue entonces cuando de súbito se desató una fuerte tormenta acompañada de una tromba de agua violenta y persistente que no sólo dificultaba la conducción si no que por momentos la volvía peligrosa.

Decidí después de cruzarme con dos camiones, que literalmente me cegaron proyectando sobre el parabrisas una cortina de agua cual túnel de lavado, detenerme al borde de la carretera (no contaba con un arcén propiamente dicho), con la firme intención de deshacerme del condenado indio flautista.

Opté finalmente por guardarlo en la guantera (hubiera querido hacerlo en el maletero pero una ducha a esa hora no me seducía en absoluto), en un vano intento por ahogar las carcajadas que a buen seguro estaría disfrutando a mi salud.