CRATER LAKE NATIONAL PARK, OREGÓN EE.UU
En el Crater Lake National Park todo gira alrededor de una impresionante caldera volcánica, convertida en un lago de aguas azul turquesa.
Fotos: TRAVEL ROAD PARTNERS
El Mazama
El cráter se originó después de que una violenta erupción hace 7.000 años hiciera colapsar el Monte Mazama de 3.600 metros de altitud, formado tras las erupciones volcánicas producidas durante 400.000 años.
La caldera presenta una dimensión máxima de 6,02 millas y una mínima de 4,54 millas. La profundidad máxima del lago es de 583 metros.
Si bien en la actualidad no presenta actividad, no es un volcán extinto y forma parte de la cordillera de las Cascade. La isla que se observa en la caldera llamada Wizard Island es el producto de un volcán secundario dentro del volcán principal.
En el itinerario original del viaje estaba programada una estancia en el Parque Nacional del Lago del Cráter de 2 noches y tres días, habiendo considerado que el último de esos días lo dedicaría a despedirme por la mañana de la caldera (a ser posible con una buenas fotografías al amanecer) para a continuación proseguir el viaje hacia el Estado de Washington.
Lo que en ningún caso podía haber previsto es que el efecto de los terribles incendios que este año (2021) habían asolado el norte del Estado de California, alguno de ellos como el Dixie, activos durante más de 60 días ininterrumpidos, se traduciría en una espesa niebla de humo que impediría en muchos momentos ver siquiera alguna porción del perímetro del cráter.
Y es que una de las visitas estrella del viaje realizado en el mes de septiembre de 2021 era precisamente el Lago del Cráter en el Estado de Oregón. Y lo que empezó generando una tremenda decepción, el azar o quizá el destino, hizo que se tornara en una experiencia inolvidable.
Puede uno imaginarse que, si el perímetro del cráter estaba vedado al deleite visual de todos lo que allí nos congregábamos, la mera contemplación de la Isla Wizard se volvía una completa quimera.
En esos momentos, no cabía otra postura que la de la más completa resignación, recurriendo a los pensamientos positivos de avezado viajero sobre que la naturaleza es impredecible y que lo importante era encontrarse allí y disfrutar de la experiencia.
Magro consuelo que no impedía el irrefrenable impulso de empezar a jurar en arameo y poner en práctica los conocimientos de lenguas muertas profiriendo una catarata de insultos de lo más variado.
Eso sí, una vez que puse distancia de por medio, renové las ilusiones pensando en las atractivas visitas que me esperaban en el Estado de Washington. Tenía claro que la foto del viaje debía buscarla en otro sitio, razón por la cual el cráter del lago dejó de ocupar mis pensamientos.
En busca de otra oportunidad EN CRATER LAKE…
Dos días después, revisando la colección de papeles que adornaban el coche (recibos de gasolina, comida, folletos varios y pases de entrada a los Parques Nacionales, muchos de los cuales no conservaba una vez concluidas las visitas), centró mi atención el pase del Crater Lake National Park.
Cada uno de los pases de acceso a los Parques tiene una vigencia de una semana. Mentalmente llevé a cabo un cálculo rápido de dónde podría encontrarme el último día de vigencia del susodicho pase, llegando a la conclusión de que, si me desviaba unas 200 millas del itinerario previsto para esa jornada, estaría en condiciones de darme una última oportunidad de contemplar la caldera volcánica más ahumada de EE.UU.
Reconozco que pensé que la probabilidad de que pudiera encontrarme el cráter despejado del humo de los incendios era menor que la de un meteorito estrellándose en mi recorrido hacia el mismo.
Pero también que, disponiendo todavía de un día más para poder acceder al parque, un desvío de 200 millas en un recorrido total de más de 7.000 millas, bien merecía el pequeño esfuerzo que me permitiera luego afirmar que había hecho todo lo posible por verlo. Por verlo colmado de humo mascullé para mis adentros.
Según me acercaba al cráter, no percibí nada diferente a lo observado en el trayecto de una semana atrás, pero sí sentí una creciente ansiedad derivada quizá del hecho de tratarse de la última oportunidad de poder ver algo, lo cual no suponía mucho si recordaba lo que me había permitido ver el humo pertinaz de los incendios.
Asomarme al primero de los miradores que jalonan la carretera perimetral del cráter e inundarme de un sentimiento de agradecimiento difícil de explicar, fue todo uno. No se me ocurría un ejemplo más paradójico de la belleza natural más apabullante producto de la mayor devastación imaginable.
La «Diosa Fortuna» quiso regalarme un día con una claridad como la que no se había disfrutado en las últimas tres semanas, tal y como me confirmó un guarda del parque.
Ese día se había vuelto de una claridad tan rotunda e inapelable que creo que si hubiera tenido un potente telescopio a mano habría divisado la glorieta de Cuatro Caminos de Madrid…De hecho en los días despejados en los que la caldera se veía en su totalidad, no se apreciaba por ejemplo el pico triangular que con tanta nitidez se erguía en la lejanía.
Después de recorrido el perímetro completo del cráter y de haberlo fotografiado desde todos los puntos posibles, decidí improvisar sobre la marcha modificando el programa del día, permaneciendo en el parque hasta el atardecer al objeto de captar la caldera con la sugerente luz del ocaso.
El destino debió de pensar justificadamente que ya había resultado lo suficientemente generoso conmigo, puesto que a la 1 del mediodía un espeso manto de niebla ahumada se había vuelto a posar sobre la olla, como si de los vapores de un guiso caliente se tratara, invitándome a proseguir con mi camino con un poso de satisfacción que ya no me abandonaría por el resto del viaje.