ISLA WHAKAARI

ISLA BLANCANUEVA ZELANDA

Fotos: TRAVEL ROAD PARTNERS

El martes 26 de noviembre de 2019 nos encontrábamos en la localidad de Rotorua, un pequeño pueblo que nos serviría de base para realizar las distintas excursiones que teníamos programadas en la Isla Norte.

Esa misma tarde, una vez nos registramos en el hotel, localizamos una página web que ofrecía varias alternativas de excursiones con la temática de los volcanes como eje común.

La que nos pareció más completa consistía en visitar el volcán Tarawera y la isla Whakaari que anunciaban como el volcán más activo de Nueva Zelanda.

El Tarawera es un volcán situado a 24 Km al sureste de Rotorua, responsable de una de las mayores erupciones (1886) acaecidas en Nueva Zelanda.

La erupción, cuya columna de humo y ceniza alcanzó los 10 Km de altura, se prolongó por espacio de 6 horas causando una destrucción masiva, no sólo de varios pueblos sino de las famosas fuentes termales de sílice conocidas como las “Terrazas Rosas y Blancas”, transformando dramáticamente la tierra y los lagos circundantes y arrasando los bosques.

En un principio los locales creyeron que se trataba de un ataque de la marina rusa.

Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Las Terrazas Blancas y Rosas, desaparecidas por una erupción volcánica en 1886

Para dotar si cabe de unos puntos más de emoción a la aventura, el transporte a ambos volcanes se haría en helicóptero, con lo que nos garantizaríamos la espectacularidad añadida de un buen número de fotografías aéreas.

Vista aérea desde el helicóptero

Como resultado de esta erupción de 1886 se formó una fisura de 17 Km de longitud que dividió la montaña Tarawera, extendiéndose hacia el sur hasta la localidad de Waimangu.

Fisura longitudinal en la cima del Tarawera

Combinando el volcán “dormido” del Tarawera con el “muy despierto” de Whakaari, nos prometíamos una jornada de emociones difícilmente superable.

CRÓNICA DE UNA EXCURSIÓN VOLCÁNICA

Al día siguiente, miércoles 27 de noviembre, nos presentamos a la hora convenida en las oficinas de la “Volcanic Air Safaris” en Rotorua.

Una vez comprobada la reserva efectuada el día anterior y cubiertos los trámites normales en estos casos, relativos a las instrucciones básicas de seguridad y el pesaje de cada uno de los integrantes del grupo para una posterior ubicación compensada en el helicóptero (seríamos cinco más el piloto que oficiaría también de guía), nos dirigimos hacia la pista donde nos esperaba nuestro aparato.

Helicóptero en el que volamos hasta el Tarawera y la Isla Whakaari

Una climatología óptima auguraba la mejor de las travesías y desde que despegamos, un reportaje fotográfico a la altura de las grandes ocasiones.

Vista de uno de los innumerables lagos en la región próxima al volcán Tarawera

Si con el plato fuerte de la isla Whakaari se nos agotarían los calificativos, el aperitivo del volcán Tarawera no desmerecería en absoluto lo que con posterioridad dejaría una huella indeleble en nuestra memoria.

Helicóptero posado en el Tarawera

Tomamos tierra en una explanada situada unos metros por debajo de la cima Ruawahia en el Tarawera, desde donde se podía contemplar la fisura principal originada en la erupción de 1886.

Vestigios de la última erupción del Tarawera en el año 1886

Se trata de una imponente cicatriz de anchura variable y no excesivamente profunda que apenas permite imaginar la devastación que se produjo como consecuencia de la violenta erupción.

Sin embargo, bajo ese sello aparentemente hermético se esconde, cual caja de pandora, toda la capacidad de destrucción que la naturaleza es capaz de exhibir cuando un volcán como el Tarawera se despereza y decide expulsar lo que fluye en su interior.

La visión del Tarawera e imaginar los estragos ocasionados en la erupción nos invitaba a pensar en los procesos naturales de transformación que a lo largo de la historia han contribuido a modelar los distintos elementos de la tierra que habitamos.

La última erupción provocó fracturas muy importante en el terreno

Sumido en esas reflexiones, concluíamos que el Tarawera tenía el aspecto de una obra inconclusa, a pesar de la belleza de sus alrededores.Y pensaba que sería mejor no estar muy cerca de allí cuando se decidieran si no a concluirla, sí a retocarla…

Soy incapaz de olvidar la imagen que desde el helicóptero nos ofrecía la isla de Whakaari según nos íbamos aproximando a ella.

En medio de la inmensidad del océano Pacífico, la boca humeante ejercía un poderoso influjo, una atracción casi hipnótica que hacía que te preguntaras si no formábamos parte del rodaje de una película y que lo que veíamos ante nuestros ojos no era más que un escenario de cartón piedra, diseñado con todo detalle para unos turistas tan ávidos de emociones fuertes como ajenos al espectáculo preparado para tal fin.

Isla Whakaari en la distancia con la columna de gases que emanaba el volcán

El tamaño de la isla rodeada de una masa ingente de agua añadía un cierto misterio a la experiencia. Los gases que emanaban del volcán, claramente visibles desde la distancia invitaban por un lado a no acercarnos más, pero por otro dibujaban el inicio de una aventura que prometía no defraudarnos y que aún nos reservaría alguna sorpresa.

Y TOMAMOS TIERRA EN LA ISLA WHAKAARI

En esas circunstancias era lógico pensar que sobrevolaríamos el volcán a más o menos altura para poder apreciar el cráter, pero que en ningún caso aterrizaríamos en la isla poniendo en riesgo nuestra propia seguridad. Pero allí todo empezaba a desafiar a la lógica y únicamente nos quedaba por descubrir qué límites se impondrían a ese desafío. Si es que había algún límite…

En otras ocasiones habíamos tenido la oportunidad de visitar volcanes en lugares como Costa Rica, Nicaragua, Guatemala, Ecuador, Hawaii, pero nunca habíamos percibido una sensación de tanta vulnerabilidad, que nacía quizá del aislamiento y soledad de la propia isla, como la que posteriormente experimentamos en Whakaari.

Paisaje lunar de la Isla Whakaari en el lugar en el que aterrizó el helicóptero

Tras descender del helicóptero y recibir los equipos de protección individual consistentes en un casco y un elemento de protección contra los gases, nos dirigimos hacia la laguna volcánica.

Siguiendo el camino que nos conducía a la laguna volcánica

El recorrido hacia la laguna, alternando tramos en suave pendiente ascendente con otros prácticamente planos, no presentaba dificultad alguna. Eso sí, lo que contemplábamos a nuestro alrededor hacía que nos debatiéramos entre el regocijo de la experiencia y la intimidación del entorno.

Los puntos de emanación de gases flanqueaban todo nuestro recorrido hacia la laguna

La belleza descarnada de la isla, de una aridez palpitante y un colorido atrayente conformaba un paisaje de otro planeta.

Avanzábamos siguiendo una senda de tierra rodeados a ambos lados de perfiles más o menos verticales con una variedad cromática que oscilaba entre el amarillo más intenso (producto de la concentración de azufre) al gris pálido con vetas amarillas más apagadas. Debía de ser lo único apagado que podíamos encontrar en este emplazamiento.

La concentración de azufre dotaba al suelo de un color amarillo intenso

En nuestro camino hacia la laguna volcánica cruzamos varios riachuelos pequeños de escasa entidad, poco más que una lámina de agua, que competían por atrapar nuestra atención frente al resto del conjunto humeante.

Uno de los pequeños riachuelos que cruzamos antes de alcanzar la laguna volcánica

Las emanaciones de gases y vapores, que se nos presentaban como una perfecta metáfora de las exhalaciones de un gigante dormido, nos hacían tomar conciencia de lo desprotegidos que nos hubiéramos encontrado ante cualquier reacción indeseada del mismo.

Cerca de la laguna el terreno se volvía algo más irregular

Y es que tres días antes de nuestra excursión a Whakaari, concretamente el 24 de noviembre, se había producido un temblor acompañado de una mayor actividad del volcán que había elevado el estado de alerta a un nivel intermedio.

Ni conocíamos aquel día esa información, ni el reciente evento había provocado la más mínima reacción en las compañías que se dedicaban (privadamente) a la explotación turística de la isla.

Motivado quizá por ese desconocimiento, nos generó cierta sorpresa ver que nuestro guía-piloto se lanzaba a fotografiar la laguna volcánica con toda su burbujeante irritación con el mismo interés que si se tratara de un turista más y estuviera contemplándola por primera vez.

Al borde de la laguna se apreciaban muy bien los puntos de mayor actividad

Llegó a hacer un comentario, que interpretamos como genuinamente despreocupado, de lo que observaba asomado al borde de la laguna:

-“Parece estar algo enfadado el volcán”

El punto central de la emanaciones de gases y proyección de material

Regresamos al helicóptero completamente ajenos a lo que se estaba “cocinando” en la sala de máquinas del volcán y aún tuvimos las oportunidad de despedirnos del “ojo infernal” cuando tras despegar de la isla, sobrevolamos el cráter para disfrute de la impresionante vista cenital de la laguna, quizá la más espectacular de cuantas el volcán podía ofrecernos…en estado de reposo…

Vista aérea de la laguna volcánica en nuestro vuelo de regreso

EL VOLCÁN WHAKAARI ENTRA EN ERUPCIÓN DESPUÉS DE DÉCADAS DE INACTIVIDAD

El 9 de diciembre de 2019, exactamente 12 días después de nuestra visita, una erupción causó la muerte de 22 personas y un número similar de heridos de diversa consideración, cuando una columna de más de 3 kilómetros de altura de cenizas, rocas, vapor y agua a muy alta temperatura, sorprendió a todos los que allí se encontraban pasadas las dos de la tarde de ese fatídico día.

En la actualidad la isla se encuentra cerrada a las visitas de los turistas.